PASÓ AYER
No hace tanto que en este valle y más en los pueblos de las
zonas altas, el tipo de trabajo y sus formas de vida, sin duda se podrían
compararse con los que unos siglos atrás se hacían, donde el trabajo solo daba
para subsistir a duras penas, la inmensa mayoría de las casas, solo disponían
de una pareja de vacas para trabajar, una chona (cerda), una veintena de ovejas
y cabras, una docena de gallinas, grano para hacer el pan, cuando llegaba que
no era siempre y las manos para trabajar
Es posible que la trilladera haya sido una de las labores más
duras del campo, los madrugones, las horas de trabajo diarias, el calor, el
polvo, los mosquitos, los tábanos, la atención a las deposiciones de las vacas,
eran casi treinta días sin descanso, después de otro mes durísimo de trabajo dedicado
a la hierba, siempre pendientes del tiempo, del agua o el pedrisco, además,
hubo una larga, demasiado larga temporada, en que los domingos era “sagrados”,
la iglesia imponía su ley, a pesar de que se podía estropear todo el trabajo de
un año, hipotecando además el año siguiente.
Lógicamente, para recoger había que sembrar y no solo trigo
se sembraba por la parte alta del Valle,
había zonas, la de más altitud, que el tipo de tierra era más suelta, en la que
solo el centeno se daba, alternando cada año con la siembra de patatas, dejando
cada cinco años de barbecho la tierra para no cansarla, además, también eran
habituales las siembras de Yeros, alholvas, habas, titos, arvejas, etc., unos
como alimento para los animales, otros que
servían de alimento, tanto a las personas, como a los animales.
LA SIEMBRA
En la época de siembra del trigo o del centeno, allá por el
mes de noviembre, el día antes de sembrar, los niños de cada casa estábamos
controladísimos, ya que el grano de ambos cereales, había que ponerlo en remojo
una noche antes de la sembradera, para ello, no creáis que era poner en remojo
el grano del trigo o del centeno en agua, no no, los mayores nos perseguían, ya
que la orina, fundamentalmente de los niños o niñas, que mezclado con piedra lipe,
previamente comprado en la botica o farmacia y que venía en piedras de
distintos tamaños de un intenso color azul brillante, que una vez machacadas y
molidas, quedaba un polvillo, que echado todo con una parte de agua en un
recipiente, junto con la orina, habiéndolo
mezclado bien con una paleta de madera y después de una noche en remojo, hacía
que la simiente ya estuviese lista para la siembra, por cierto, si una mujer tenía
el periodo, no era recomendable usarlo como parte de la “medicina”, mezcla que
evitaba enfermedades por hongos en los cereales, que impedía que las espigas
granasen y salieran granos “enfermos”, negros y sin hacer.
Lo fundamental para una buena siembra y un buen resultado,
sin duda era el arado correcto de la tierra, una vez bien preparada, se
sementaba a voleo, es decir, el trigo previamente preparado, se echaba en un
cesto, que se colgaba en el brazo izquierdo (los diestros) y con la mano se iba
sementando poco a poco y con bastante trigo por metro cuadrado para cubrir lo
suficiente y tener un sembrado regular y sin “calvas”, una vez hecho esto, se
araba de nuevo de una manera más somera y como final, se hacían las embelgas,
que eran surcos perpendiculares a la inclinación del terreno, separados entre sí
por unos seis o siete metros, que tenían como fin, conducir el agua de lluvia,
de manera suave a un arroyo hecho en la linde de la tierra y así evitar que las tormentas
arrastraran el tierra.
LA ESCABADERA
Otra época dura de trabajo, era la “escabadera”, labor
realizada fundamentalmente por las mujeres, por ser un trabajo que no requería mucho
esfuerzo físico o de fuerza, esta faena iba desde mediados de marzo, a últimos
de abril y consistía fundamentalmente en escavar la tierra para eliminar las
hierbas y las avenas que salían en los sembrados de trigo, trabajo pesado por
la postura incomoda de estar horas y horas agachadas con la azadilla, cavando y
arrancando las malas hierbas con las manos limpias, es decir, sin guantes, lo
que las originaba debido al frio y al agua los temidos resquebrajos en las
manos, esas pequeñas pero profundas heridas en la piel tan dolorosas
LA SEGADERA
Llegados los últimos días de julio y primeros de agosto,
tocaba recoger el fruto del trabajo de todo un año, que iba a garantizar el
alimento para el año siguiente, las legumbres por lo general se segaban con el
dalle, haciendo una especie de bola gigante, que llamábamos “morenas”, a la
espera de ir con el carro a recogerlas para llevar a la era, esto era lo
primero que se trillaba y que costaba un poco más que el trigo.
Cinco y media de la mañana, aquellos que estaban en edad de
trabajar, que eran todos los que tenían más de catorce años, con la excepción
de la mujer cabeza de familia, armados de hoz y zoqueta, además del botijo de
agua, se dirigían a la tierra para segar el trigo, antes de que el sol hiciera
imposible trabajar, además y sobre todo, porque con la rociada y el fresco de
la noche, las espigas no se abrían y como consecuencia, no se desgranaban las
espigas, cuando iba más de una persona, el mejor segador o segadora se ponía en
primer lugar para coger su camada y así los siguientes.
Lo mejor venía a las diez de la mañana, cuando la madre venía
a la tierra con el desayuno, consistente en unas patatas con pimentón o unas sopas
de pan y un poco de tocino, pan, agua fresca y hasta un poco de vino, los
segadores se sentaban en alguna sombra, donde el rocío aún estaba presente con
una manta gruesa a modo de asiento, aun veo el cesto cubierto con una
servilleta de cuadros azules o rojos tapando el desayuno.
A medida que iban segando y hacían un manojo, lo iban
depositando en el haz, aunque fundamentalmente los hombres, el manojo, se le
amarraban a la muñeca con una cañas y seguían segando hasta hacer una gavilla
que dejaban en el haz, esto lo hacían, ayudados por la zoqueta, para hacer
menos paseos hasta el haz, que una vez hecho, con unas cuantas cañas, se
amarraba ese haz, por cierto, era fácil saber que parte había hecho cada
persona, así, las mujeres tenían un corte más cercano al suelo y muy igual, sin
embargo, el corte de los hombres, al segar de abajo arriba, hacia dientes de
sierra.
En cada tierra, se apilaban los haces de una manera especial,
de modo que el agua si llovía, no entrase en el interior, además de intentar proteger
las espigas de los posibles animales.
De la misma manera que para segar se madrugaba mucho, para
acarrear también se hacía, ya que el rocío mantenía las espigas cerradas y no
era cuestión de andar manipulando el trigo para dejarlo en el camino.
Antes del amanecer, ya se empezaban a uncir la pareja de
vacas al carro debidamente preparado con las angarillas y la rabera, lo que daba
más capacidad de carga, una vez llegados a la tierra, el más experto se subía
arriba para colocar debidamente los haces, lo mismo que después hacía en la
era, para hacer los tresnales, de modo que las espigas quedasen en el interior
del mismo, culminado con una especie de tejado bastante inclinado para repeler
el agua, aunque cuando amenazaba lluvia, se solía cubrir con una manta sujetada
con varias piedras, para que el viento no se la llevara.
Los chavales teníamos
como misión entre otras, la de ir a respigar con un cesto, un carpancho o un
cuévano por las tardes después de trillar y con el sol ya vencido, nos mandaban
a respigar, a recoger cada espiga que pudiera haber quedado en la tierra, no
era cuestión de desperdiciar nada.
LA TRILLADERA
Lo primero era “hacer la era”, esta se hacía mojando de
manera importante el suelo, con el fin
de hacer barro, ya que al secarse creaba una superficie dura y sin hierba, lo
que permitiría barrer la parva, para ello se cortaba con mucha raíz un espino
de rosal silvestre, aquí llamada “rastra”, que se unía al yugo de las vacas
mediante una cadena y poniendo unas piedras en la rastra para darle más peso, así a base de vueltas y más vueltas quedaba la
era hecha, dado que en Bustillo la mayoría de los años el agua escaseaba, solo
nos quedaba bajar a Bárcena con dos cubas en el carro para subirlas llenas de
agua y así terminar la era.
Después de la faena de siega o el acarreo por la mañana, allá
sobre las once, se extendían los haces por la era y empezaba la labor propia de
la trilla, vueltas y más vueltas, en un sentido y otro, hasta las cuatro de la
tarde, en que ya esa bien molida la paja y el grano suelto, durante esas horas,
primero, cuando las cañas aun eran largas, se daba vuelta a la parva con una
horca, una hora después, era la garia la que se utilizaba y por fin era una
pala de madera muy ancha la que se utilizaba, la pala estaba hecha de roble en
una sola pieza.
Sobre la trilla siempre iba una persona atenta por si
arrollaba la parva, si se daba eso, se paraba y se volvía a extender, además de
soportar el calor, las moscas y los tábanos, había que andar listo, por si los
animales cagaban, si eso sucedía, había que recogerlo antes de que cayese al
suelo, si te despistabas, tocaba recogerlo y dejarlo en “el cagadero”, lugar
indicado para ello, ya que serviría de abono y en algún caso, para tapar algún
sitio en que la era había perdido esa fina capa sólida.
Finalmente se recogía en un montón, se ponía el “camizo” en
la parte opuesta a la dirección del viento para separar la paja del montón de
lo trillado y mediante los bieldos se lanzaba al aire con el objetivo de
separar la paja y el grano, este grano se cribaba, para posteriormente echarlo
en las talegas y así llevarlo a casa, las granzas que quedaban después de
cribar, servían de alimento a los animales.
Otra forma de trilla, consistía en hacer balago con la paja
del centeno, se trillaba los días húmedos, con el fin de dejar las cañas
dóciles como las cuerdas, previamente, las mujeres fundamentalmente, se habían
encargado de cortar las espigas para trillarlas en otra parva, ese balago se
utilizaba para hacer jergones, aparejos para los animales, o para la
construcción, amasado con barro o arcilla o como aislante bajo teja. Una vez
cribado el grano, buscábamos unos granos un poco más grandes y de color negro,
llamados aquí, cornitos o cornezuelos, que luego se vendían en las farmacias.
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