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martes, 13 de julio de 2021

Cosas del campo

 

PASÓ AYER

 

No hace tanto que en este valle y más en los pueblos de las zonas altas, el tipo de trabajo y sus formas de vida, sin duda se podrían compararse con los que unos siglos atrás se hacían, donde el trabajo solo daba para subsistir a duras penas, la inmensa mayoría de las casas, solo disponían de una pareja de vacas para trabajar, una chona (cerda), una veintena de ovejas y cabras, una docena de gallinas, grano para hacer el pan, cuando llegaba que no era siempre y las manos para trabajar

Es posible que la trilladera haya sido una de las labores más duras del campo, los madrugones, las horas de trabajo diarias, el calor, el polvo, los mosquitos, los tábanos, la atención a las deposiciones de las vacas, eran casi treinta días sin descanso, después de otro mes durísimo de trabajo dedicado a la hierba, siempre pendientes del tiempo, del agua o el pedrisco, además, hubo una larga, demasiado larga temporada, en que los domingos era “sagrados”, la iglesia imponía su ley, a pesar de que se podía estropear todo el trabajo de un año, hipotecando además el año siguiente.

Lógicamente, para recoger había que sembrar y no solo trigo se sembraba  por la parte alta del Valle, había zonas, la de más altitud, que el tipo de tierra era más suelta, en la que solo el centeno se daba, alternando cada año con la siembra de patatas, dejando cada cinco años de barbecho la tierra para no cansarla, además, también eran habituales las siembras de Yeros, alholvas, habas, titos, arvejas, etc., unos como alimento para los animales, otros que  servían de alimento, tanto a las personas, como a los animales.

LA SIEMBRA

En la época de siembra del trigo o del centeno, allá por el mes de noviembre, el día antes de sembrar, los niños de cada casa estábamos controladísimos, ya que el grano de ambos cereales, había que ponerlo en remojo una noche antes de la sembradera, para ello, no creáis que era poner en remojo el grano del trigo o del centeno en agua, no no, los mayores nos perseguían, ya que la orina, fundamentalmente de los niños o niñas, que mezclado con piedra lipe, previamente comprado en la botica o farmacia y que venía en piedras de distintos tamaños de un intenso color azul brillante, que una vez machacadas y molidas, quedaba un polvillo, que echado todo con una parte de agua en un recipiente, junto con la orina,  habiéndolo mezclado bien con una paleta de madera y después de una noche en remojo, hacía que la simiente ya estuviese lista para la siembra, por cierto, si una mujer tenía el periodo, no era recomendable usarlo como parte de la “medicina”, mezcla que evitaba enfermedades por hongos en los cereales, que impedía que las espigas granasen y salieran granos “enfermos”, negros y sin hacer.

Lo fundamental para una buena siembra y un buen resultado, sin duda era el arado correcto de la tierra, una vez bien preparada, se sementaba a voleo, es decir, el trigo previamente preparado, se echaba en un cesto, que se colgaba en el brazo izquierdo (los diestros) y con la mano se iba sementando poco a poco y con bastante trigo por metro cuadrado para cubrir lo suficiente y tener un sembrado regular y sin “calvas”, una vez hecho esto, se araba de nuevo de una manera más somera y como final, se hacían las embelgas, que eran surcos perpendiculares a la inclinación del terreno, separados entre sí por unos seis o siete metros, que tenían como fin, conducir el agua de lluvia, de manera suave a un arroyo hecho en la linde  de la tierra y así evitar que las tormentas arrastraran el tierra.

LA ESCABADERA

Otra época dura de trabajo, era la “escabadera”, labor realizada fundamentalmente por las mujeres, por ser un trabajo que no requería mucho esfuerzo físico o de fuerza, esta faena iba desde mediados de marzo, a últimos de abril y consistía fundamentalmente en escavar la tierra para eliminar las hierbas y las avenas que salían en los sembrados de trigo, trabajo pesado por la postura incomoda de estar horas y horas agachadas con la azadilla, cavando y arrancando las malas hierbas con las manos limpias, es decir, sin guantes, lo que las originaba debido al frio y al agua los temidos resquebrajos en las manos, esas pequeñas pero profundas heridas en la piel tan dolorosas

LA SEGADERA

Llegados los últimos días de julio y primeros de agosto, tocaba recoger el fruto del trabajo de todo un año, que iba a garantizar el alimento para el año siguiente, las legumbres por lo general se segaban con el dalle, haciendo una especie de bola gigante, que llamábamos “morenas”, a la espera de ir con el carro a recogerlas para llevar a la era, esto era lo primero que se trillaba y que costaba un poco más que el trigo.

Cinco y media de la mañana, aquellos que estaban en edad de trabajar, que eran todos los que tenían más de catorce años, con la excepción de la mujer cabeza de familia, armados de hoz y zoqueta, además del botijo de agua, se dirigían a la tierra para segar el trigo, antes de que el sol hiciera imposible trabajar, además y sobre todo, porque con la rociada y el fresco de la noche, las espigas no se abrían y como consecuencia, no se desgranaban las espigas, cuando iba más de una persona, el mejor segador o segadora se ponía en primer lugar para coger su camada y así los siguientes.

Lo mejor venía a las diez de la mañana, cuando la madre venía a la tierra con el desayuno, consistente en unas patatas con pimentón o unas sopas de pan y un poco de tocino, pan, agua fresca y hasta un poco de vino, los segadores se sentaban en alguna sombra, donde el rocío aún estaba presente con una manta gruesa a modo de asiento, aun veo el cesto cubierto con una servilleta de cuadros azules o rojos tapando el desayuno.

A medida que iban segando y hacían un manojo, lo iban depositando en el haz, aunque fundamentalmente los hombres, el manojo, se le amarraban a la muñeca con una cañas y seguían segando hasta hacer una gavilla que dejaban en el haz, esto lo hacían, ayudados por la zoqueta, para hacer menos paseos hasta el haz, que una vez hecho, con unas cuantas cañas, se amarraba ese haz, por cierto, era fácil saber que parte había hecho cada persona, así, las mujeres tenían un corte más cercano al suelo y muy igual, sin embargo, el corte de los hombres, al segar de abajo arriba, hacia dientes de sierra.

En cada tierra, se apilaban los haces de una manera especial, de modo que el agua si llovía, no entrase en el interior, además de intentar proteger las espigas de los posibles animales.

De la misma manera que para segar se madrugaba mucho, para acarrear también se hacía, ya que el rocío mantenía las espigas cerradas y no era cuestión de andar manipulando el trigo para dejarlo en el camino.

Antes del amanecer, ya se empezaban a uncir la pareja de vacas al carro debidamente preparado con las angarillas y la rabera, lo que daba más capacidad de carga, una vez llegados a la tierra, el más experto se subía arriba para colocar debidamente los haces, lo mismo que después hacía en la era, para hacer los tresnales, de modo que las espigas quedasen en el interior del mismo, culminado con una especie de tejado bastante inclinado para repeler el agua, aunque cuando amenazaba lluvia, se solía cubrir con una manta sujetada con varias piedras, para que el viento no se la llevara.

 Los chavales teníamos como misión entre otras, la de ir a respigar con un cesto, un carpancho o un cuévano por las tardes después de trillar y con el sol ya vencido, nos mandaban a respigar, a recoger cada espiga que pudiera haber quedado en la tierra, no era cuestión de desperdiciar nada.

LA TRILLADERA

Lo primero era “hacer la era”, esta se hacía mojando de manera importante  el suelo, con el fin de hacer barro, ya que al secarse creaba una superficie dura y sin hierba, lo que permitiría barrer la parva, para ello se cortaba con mucha raíz un espino de rosal silvestre, aquí llamada “rastra”, que se unía al yugo de las vacas mediante una cadena y poniendo unas piedras en la rastra para darle más peso,  así a base de vueltas y más vueltas quedaba la era hecha, dado que en Bustillo la mayoría de los años el agua escaseaba, solo nos quedaba bajar a Bárcena con dos cubas en el carro para subirlas llenas de agua y así terminar la era.

Después de la faena de siega o el acarreo por la mañana, allá sobre las once, se extendían los haces por la era y empezaba la labor propia de la trilla, vueltas y más vueltas, en un sentido y otro, hasta las cuatro de la tarde, en que ya esa bien molida la paja y el grano suelto, durante esas horas, primero, cuando las cañas aun eran largas, se daba vuelta a la parva con una horca, una hora después, era la garia la que se utilizaba y por fin era una pala de madera muy ancha la que se utilizaba, la pala estaba hecha de roble en una sola pieza.

Sobre la trilla siempre iba una persona atenta por si arrollaba la parva, si se daba eso, se paraba y se volvía a extender, además de soportar el calor, las moscas y los tábanos, había que andar listo, por si los animales cagaban, si eso sucedía, había que recogerlo antes de que cayese al suelo, si te despistabas, tocaba recogerlo y dejarlo en “el cagadero”, lugar indicado para ello, ya que serviría de abono y en algún caso, para tapar algún sitio en que la era había perdido esa fina capa sólida.

Finalmente se recogía en un montón, se ponía el “camizo” en la parte opuesta a la dirección del viento para separar la paja del montón de lo trillado y mediante los bieldos se lanzaba al aire con el objetivo de separar la paja y el grano, este grano se cribaba, para posteriormente echarlo en las talegas y así llevarlo a casa, las granzas que quedaban después de cribar, servían de alimento a los animales.

Otra forma de trilla, consistía en hacer balago con la paja del centeno, se trillaba los días húmedos, con el fin de dejar las cañas dóciles como las cuerdas, previamente, las mujeres fundamentalmente, se habían encargado de cortar las espigas para trillarlas en otra parva, ese balago se utilizaba para hacer jergones, aparejos para los animales, o para la construcción, amasado con barro o arcilla o como aislante bajo teja. Una vez cribado el grano, buscábamos unos granos un poco más grandes y de color negro, llamados aquí, cornitos o cornezuelos, que luego se vendían en las farmacias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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