Escríbeme

Escríbeme.

La comunicación siempre va en dos sentidos... Déjame tus cometarios, si lo entiendes oportuno, cuando leas alguna entrada.

Gracias por leerme.

martes, 5 de junio de 2012


MUJERES DE BUSTILLO-2ª parte

                                                             Mediados de los años 50

                                         PAULA GUTIERREZ, LA TÍA ANTONIA Y EMÉRITA GUTIERREZ

     Es mediados del mes de Junio de hace 50 años y por supuesto cualquiera de los años anteriores, pues hasta la década de los años 50 al 60, en Bustillo y pueblos del entorno, el tipo de vida, de divertimento, o los medios y formas de trabajar, con seguridad pudieran haber sido los mismos que cien o dos cientos años atrás.
     La hierba de los "praos" poco a poco van perdiendo el intenso color verde, el Sol hace que el color oro se vaya imponiendo, señal inequívoca de que la siega tiene que dar comienzo, los hombres "pican" y dan pizarra con mimo a los dalles, trabajo previo y fundamental para el buen desarrollo del duro trabajo que les espera.
 
     Aun es de noche cuando salen ellos de sus casas para aprovechar el fresco de la mañana, en tanto nuestras mujeres, dan comienzo a un día interminable, atender a los cerdos, a las gallinas, echar al ganado vacuno y lanar al rebaño, los niños deben de desayunar y por supuesto la comida de todos depende de ella.
      Son escasamente las diez de la mañana, cuando alguien llama al segador para almorzar, es la mujer que en poco mas de dos horas, a sido capaz de llegar a cubrir todos los trabajos antes comentados, pues bien, el lugar elegido en la sombra de un árbol que les protege del Sol intenso que esta empezando a calentar, el rocío de la mañana aun permanece en la sombra elegida, aquellas sopas de ajo son un manjar.
     Al escribir estas lineas, viene a mi mente el recuerdo aun vivo de mi madre llegando a la tierra o al "prao", con el almuerzo metido en un cesto hecho de lamas de haya, ¡vaya foto!, aquel cesto que siempre iba cubierto con una servilleta de cuadros rojos y en algunas ocasiones, estos eran azules, la sorpresa ya sabida de lo que venia dentro no le quitaba nada de misterio, siempre era un rico manjar, por supuesto, todo bien regado con aquel vino que mi padre compraba en el pequeño pueblo de Santa Gadea, vino que según decían llegaba allí procedente de La Rioja.


Pues bien, en tanto ellos seguían segando, ellas tenían que ir a dar vuelta a las camadas (cambadas) de hierba segadas el día anterior, con el fin de que esta se secase convenientemente antes de meterla en el pajar, para así evitar que esta se pudriese y claro, esta operación había que repetirla varias veces, cuando la hierba estaba en buenas condiciones de secado, de nuevo eran ellas acompañadas de los hijos o del propio marido, quienes arrastraban y hacían montones con el fin de facilitar el cargue en el carro.
     Es importante destacar para mejor entender y valorar en su medida, lo que significaba ser mujer en el mundo rural de  aquellos años, ya que la media de hijos por mujer bien podía rondar los 4 o 5, sin buscar mas lejos, mi propia familia pudiera ser el prototipo de familia de aquella época, mi madre tuvo 5 hijos, mi tía Inés 10, mis dos abuelas, 4 la abuela paterna y 6 la materna.
     En esta faena de la hierba, aún quedaban labores que hacer, trabajos generalmente encomendados a las mujeres o a los hijos con posibilidad de hacer alguna faena (10 a 11 años), una de ellas era el ordenar, repartir y pisar bien a la hierba en el carro, que por supuesto ya tenían las angarillas puestas, para ganar capacidad de carga, esta misma labor, se repetirá mas tarde dentro de los pajares, con el problema añadido de la gran cantidad de polvo que se produce y mas en un lugar cerrado, la razón de hiciesen ese tipo de labores era, por que el esfuerzo físico que había que realizar para cargar bien la horca de hierba era importante, poco a poco se iba depositando la hierba en el carro y en la medida que iba cogiendo altura, el esfuerzo requerido era mucho mayor, por lo que tanto en el campo, como después en su descarga en los pajares, requería un esfuerzo solo al alcance de gente con mucha fortaleza física, por eso, unas labores estaban reservadas a los mas fuertes, en tanto otras las hacían las personas menos fuertes.
     Me parece importante resaltar, que en los pueblos y en aquella época, la solidaridad era una palabra gravada a fuego entre las gentes, fundamentalmente por necesidad.
     Hubo en su día la obligación de guardar y considerar los domingos como sagrados, estando totalmente prohibido trabajar en ese día, salvo sanción, si embargo y previa autorización del cura y bajo la orden del alcalde, en ciertas situaciones esa férrea norma decaía, estos casos a modo de ejemplo podrían ser: Que el cabeza de familia tuviera algún problema muy grave de salud o que alguna mujer viuda y con niños le fuera imposible afrontar con éxito la faena,  o cualquier situación similar que se pudiera dar.
     Bien, como decía, en estas situaciones excepcionales, generalmente eran los mozos o algunos de ellos, los que bien voluntariamente, (casi siempre) o por orden del alcalde, los domingos salían bien armados de herramientas, dalles, martillos para "picar" el dalle, rastros etc., su destino no era otro que ir a segar los "praos" de estas gentes en dificultades.
     Habitualmente eran seis u ocho las personas que dedicaban el día, mejor dicho la mañana, desde el amanecer hasta la una, hora en que la misa si que era mas que obligatoria, pues bien, con el fin de evitar picadillas y situaciones de riesgo o desagradables, el orden de siega con el dalle lo establecía la capacidad de cada segador, de forma que el mas rápido se colocaba el primero y el menos avezado y lento el ultimo, al ser habitualmente jóvenes, ese día se tomaba como una fiesta, el vino que se bebía durante la jornada corría siempre a cargo del concejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario